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Los abasíes se  habían inclinado hacia oriente y habían trasladado la capital del imperio a Bagdad. Incluyeron a persas en cargos administrativos y a turcos y kurdos en el ejército. La gran extensión del imperio permitió, gracias a la gran cantidad de  recursos y riquezas, el desarrollo de un comercio floreciente, el crecimiento de las ciudades, la fundación de  otras nuevas , una vida agradable a sus habitantes y el desarrollo de las ciencias y las letras, en contraposición a una Europa en crisis.
Concedieron tierras a gobernadores locales a cambio de tributos, de esta manera surgieron las dinastías locales: aglabís (Túnez y Sicilia), samanís (Transoxiana y Jorasán), safaris (parte de Irán y Afganistán), rustamís (Argelia) y tulunís (Egipto).
En 868 Ahmad ibn Tulun (868-884), hijo de un esclavo turco  del califa abbasí al-Ma’mun, fue nombrado gobernador de Egipto y Siria. En 870 proclamó la independencia de Egipto bajo soberanía abasí. El Estado Tulúnida sobrevivió hasta 905.

       
     
     
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